LA OSCURA TRAVESÍA: UN VIAJE DE FE Y DETERMINACIÓN
Testimonio de migración de una familia venezolana

Mi familia y yo decidimos dejar nuestra querida Venezuela en busca de un futuro más seguro. La violencia y la presión política nos obligaron a abandonar nuestra tierra, dejando atrás parte de nuestra familia y todo lo que amábamos. El Gobierno nos desalojó de nuestra propia casa por no apoyarlo políticamente.

“Mar y desierto. Dos escenarios que se han convertido en fatales para muchos migrantes obligados a cruzarlos porque huyen de las guerras, la pobreza y la desesperación, en busca de seguridad y estabilidad” (Papa Francisco, audiencia general 28/8/24 Plaza de San Pedro)

En septiembre de 2023, comenzamos nuestra travesía. Desde Venezuela, cruzamos a Colombia, pagando una suma considerable para atravesar la selva. Pasamos tres semanas allí, soportando altas temperaturas y la escasez de alimentos. Luego, nos adentramos en la selva colombiana, caminando un día y medio hasta llegar a la frontera con Panamá. Guiados inicialmente por un guía humano, de ahí en adelante nuestro único guía era Dios.

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La aventura se intensificó: dos días y medio caminando por montañas, cruzando ríos y enfrentándonos a la delincuencia que acechaba en la zona. Nos despojaron de lo poco que teníamos, pero también encontramos almas bondadosas que nos brindaron comida para seguir adelante. Otros dos días de selva nos dejaron sin alimento; apenas alcanzaba para darle una cucharada de comida a cada niño.

En un momento crítico, nos encontramos con indígenas armados que quisieron abusar de mi hija mayor. Pero justo cuando parecía que todo estaba perdido, nos dijeron que estábamos a solo 10 minutos de salir de esa espantosa selva. Subimos a una lancha y llegamos a Lajas Blancas, una pequeña población donde permanecimos durante doce días. Allí, realizamos trabajo comunitario para reunir dinero y continuar nuestro viaje, aunque también enfrentamos problemas estomacales debido a la alimentación precaria.

Desde esta pequeña población, salimos hacia Costa Rica. Allí, un albergue nos acogió durante cuatro días, permitiéndonos descansar y recobrar fuerzas ¡Gracias a Dios! Luego, un autobús nos llevó hasta la frontera con Nicaragua. En ese punto, nos comunicamos con mi suegra, una mujer sumamente pobre, pero con sacrificio nos envió dinero el cual nos llegó como caído del cielo. ¡Ahí estaba nuevamente la mano misericordiosa de Dios! Con ese dinero atravesamos Nicaragua y llegamos a Honduras.

En Honduras, la escasez de dinero nos llevó a dormir en una carpa. Sin embargo, una Fundación Noruega nos brindó hospedaje en un hotel y un cheque de U$D 160. Nuevamente vimos la mano de Dios. Estuvimos en ese lugar unos diez días, allí pasamos la navidad.

El 26 de diciembre, partimos hacia Guatemala, llenos de temor debido a las historias sobre la dureza del viaje por ese país. Se decía que los policías abusaban de los migrantes. Sin embargo, nunca nos encontramos con un oficial. El autobús siguió su camino sin obstáculos. Una vez más, sentimos que Dios estaba a nuestro lado.

Finalmente, llegamos a México, después de recorrer lo que parecían diez países. Atravesamos 19 ciudades y pueblos, escondiéndonos de las autoridades migratorias. Corrimos bajo el sol, dormimos en la calle e incluso nos tocó vender dulces y pedir dinero en las calles.

En el último pueblo antes de llegar a la Ciudad de México, ocurrió un verdadero milagro. Después de que un taxista intentara robarnos llevándonos a un lugar no deseado, un policía nos ayudó con $100.00 y un señor nos ofreció llevarnos, diciendo: “Lo hago por los niños”. Pasamos frente a la migración sin ser detectados ¡Un milagro patente! Además, nos dejó dinero para desayunar.

Llegamos a la Ciudad de México después de mes y medio de camino, allí nos quedamos un día en la calle y otros en un refugio. Dios nos envió un ángel: un señor nos ofreció trabajo y un lugar donde quedarnos sin pedir nada a cambio. Estuvimos allí hasta obtener la cita.

Pero la vida tenía más pruebas reservadas para nosotros. Al dirigirnos a Laredo para la cita, fuimos secuestrados. Durante cuatro días, vivimos en un estado de miedo y desesperación. No teníamos forma de pagar los U$D 5,000 que exigían por el rescate. Sin embargo, al no poder pagar, nos liberaron y nos dejaron en la carretera, en medio de la nada. Fue un milagro que llegáramos a Monterrey.

Allí, nuevamente, la mano de Dios se hizo presente. Conocimos a otros venezolanos que también se dirigía a Matamoros. Compramos los boletos y aunque temía que no nos dejaran pasar sin la cita, oré con insistencia a Dios. Era el Domingo de Resurrección, sin obstáculos en los retenes, llegamos a nuestro destino. Fue un viaje lleno de oraciones y esperanza.

En Matamoros, encontramos un albergue donde conocí a la Hermana Marina Carrascal, Dominica de la Presentación y el padre Flavio. Pasamos un mes y medio allí, esperando una nueva cita. Una señora me regaló una tarjetita con la frase “No te rindas, el milagro está por venir” y me recordó que Dios nunca nos abandona. Y así fue: después de siete largos meses, el milagro finalmente llegó.


Agradecemos a Silvia, por compartir su historia. Ha sido una experiencia muy fuerte que ha marcado la vida de toda su familia. Lo más importante es que han podido obtener aprendizajes valiosos para un nuevo comienzo y descubrir la presencia de Dios que caminaba a su lado.

Nota: Actualmente, Silvia, su esposo y sus tres hijos están en Brownsville, Texas, con permiso para trabajar. Ahora continuarán su viaje hacia Chicago para establecerse y comenzar una nueva vida.

-Hna. Glenda Ortiz